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Néboa

Mario González

Sigo ahí, estático,
recogiendo las cenizas
tras mi paso.
Luego estas tú,
inamovible-fuiste lluvia de media noche en mi ocaso-.

 

Todos lo días visito el ático,
sigue desordenado como de costumbre,
sigue teniendo ese olor a oscuridad y humedad,
mezclada con ese perfume peculiar
y etéreo que nubla mis doce sentidos.

 

Encuentro varios libros viejos quemados
y una foto suya clavada en la pared,
las paredes con grietas
me gritan que me aleje al avanzar.

 

Al salir recopilo cada estimulo
como si se me fuese la vida en ello,
me desvanezco.

 

Me pierdo en la sinergia de mi rostro
ante el espejo,
en la errónea simpleza de las cosas,
pregúntate a quien ves al mirarme.
Ni yo lo sé.
Reconstrúyeme,
recíclame.

 

Sigo buscándome en ti.
Cesé la búsqueda en mi
hace unos días.


Todas las noches vuelves,
en forma de recuerdo,
cuando nunca te fuiste,

 

todas las noches me observa
el mismo pájaro sombrío,
con rostro diferente cada vez,
con los ojos color escarlata
y con la mirada lúgubre perdida en la mía.

 

Me mira con rencor y miedo
con sed de venganza
pero camuflado en su falsa armonía.
Es una trampa,
como su mirada.

 

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