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Gris
Nuria Mínguez

Me levanto por la mañana de mal humor y apago el despertador de un golpe seco. Hoy ha sonado más fuerte que de costumbre. Levanto la persiana, corro las cortinas y aparece, por supuesto, el día más gris que se pudiera imaginar en una ciudad muerta. Me preparo el desayuno sin ninguna prisa, me aseo, cojo el paraguas, el abrigo gris y la nota de al lado del teléfono. Salgo a la calle. ¡Menudo chaparrón! Me arrebujo en el abrigo y, como todo el mundo, subo los hombros ¡Como si eso sirviera para mojarme menos! Y así, sin más, me presento en la dirección de la nota. Llamo a la puerta, me abren y preguntan: “Perdón, ¿quién es usted?”. “Soy Quentin Ricci y tengo un recado para usted”. Dos disparos, rápidos y silenciosos. La puerta no cierra porque el cadáver está en medio. De un empujón consigo meterlo en la casa y cierro. Me enciendo un cigarrillo y me voy al bar.

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