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Neón
Itziar Beltrán

Y allí estaba otra vez, rodeada de capullos que la miraban con ojos vidriosos y desencajados, mientras su hermoso y esbelto cuerpo se deslizaba arriba y abajo por la barra de metal. Ellos la observaban con admiración, con alcohólica, lasciva y desesperada mirada. Evitaba aquellas pálidas y asquerosas caras que se apiñaban a su alrededor, y las manos -tan viejas, tan tristes- Manos que arrojaban billetes sobados y sucios, como ella misma. Por lo menos ya no pasaba las noches sola. Por asqueroso y humillante que fuera aquello, siempre sería mejor que la amenazadora oscuridad, mejor que las voces susurrantes que parecían salir de todas partes. Había tratado de deshacerse de ellas llevando a más de mil amantes a su casa. ¿Cuánta piel, cuánto sudor nacido de la pasión habría empapado las sábanas? ¿Cuántas almas perdidas? ¿Cuántos hombres y mujeres de ojos brillantes y sonrisa traviesa? ¿Cuántos habían sido? Si se hubiese parado a contarlos, dudosamente lo hubiera creído. Pero al final, todos se iban, y la soledad le oprimía el corazón, como una garra, clavando sus uñas y haciéndole sangrar. Nada dolía más que aquello. Encontró el club una noche, tan oscura como cualquier otra. Cuando las voces en su cabeza se convirtieron en aullidos desgarradores, desesperados, que le hicieron correr, correr, hur. Corrió hasta no poder más, hasta sentir en su pecho la insoportable presión de los latidos de su corazón, hasta que la respiración le falló. Y al levantar la mirada se encontró con el local, sus luces de neón, sus cócteles de colores y alcohol barato, su olor a sudor, sexo, y decadencia. Encontró a sus camareros, fuertes, altos, peligrosos, y a aquel imbécil sobón que era su jefe. Era un ambiente repugnante, corrupto lleno de droga, y muerte. Y aún así, lleno de luz. No había soledad. Tenía compañeras, casi amigas, y público todos los días. Un público decrépito, moribundo y sucio. Pero se morían por ella, por sus contoneos, por sus servicios. No era lo que ella quería, pero era mejor que la oscuridad, la soledad, las voces…

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