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Muñeca
Victor Julio

-Gracias. –Dice Erika con una sonrisa disimulada.
-¿Por qué? –le pregunta Raúl.
-Por hoy. –Le responde ella. Le da un beso y se mete en el portal.
-¡Espera! –dice Raúl sujetando la puerta - ¿No me invitas a subir?
Erika sonrie, niega con la cabeza y se sube al ascensor.
Erika entra en aquella leonera. Libros, cartones de tabaco, discos, comida china … andando de cuclillas pasa entre toda aquella basura hasta llegar al baño.
Junto a la bañera, una mesita de noche con un tocadiscos, una lámpara y un reloj. Mira en el primer cajón de la mesita, saca un vinilo de Bob Dylan. Mira en el segundo cajón, saca mechero, tabaco, un poco de hierba, un papelillo, levanta la tapa del váter y se sienta mientras se hace uno.
Empieza a correr el agua por la bañera; coge del tercer cajón una bolsita amarilla con unos polvos dentro, echa unos pocos en la bañera mientras el agua corre.
Se mete en la bañera cuando ésta está llena. El agua está caliente, tan caliente, quema; pero Erika se mete, no le importa, es más, se siente a gusto.
Encende el tocadiscos, se enciende el porro. Fuma al son de la música, lo siente todo, se siente bien. Por fin se siente bien. Tiene su propia casa (si se puede llamar a aquel vertedero casa), tiene un trabajo que le da de comer (profesora de castellano en un centro público de mierda), y por fin alguien que la quiere.
Raúl era lo que ella necesitaba; alguien que estuviera ahí, que le escuchase, que le confesase sus miedos, que no le viese como una esclava, que no intentase convertir el amor en sexo duro y seco, que no pagara con ella un día de mierda, alguien que no le insultase, alguien que no le pegase. Alguien que no estuviese muerto por dentro.
Desnuda en la bañera Erika mira alguna cicatriz que tiene en costillas y brazos, de su anterior relación, la que tuvo con El Hombre Malo.
Cada vez que pensaba en El Hombre Malo y todo lo que le hizo pasar, su mente era invadida por deseos de muerte, por miedo y odio. No podía evitar llorar.
Hacía ya ocho meses que fueron a juicio Erika y El Hombre Malo. El juez determinó que El Hombre Malo debía cumplir 250 horas de trabajos comunitarios y que debería cumplir una orden de alejamiento de 200 metros.
Tira lo poco que queda del porro y sale del agua que ya esta templada. Coge una toalla y se seca las lágrimas mientras se seca el pelo. Se pone las bragas y una camisa. Apaga el tocadiscos y va al comedor, esquivando la basura andando de cuclillas; se tira en el sofá, enciende la tele sabiendo que no va a ver nada interesante y se queda dormida a los pocos minutos.
Suena la alarma del móvil. Las cinco y media de la mañana. Erika coge el teléfono de la mesa y apaga la alarma. Vuelve a cerrar los ojos y vuelve a dormirse.
Suena la alarma del móvil. Las seis y media de la mañana. Erika coge el teléfono de la mesa y apaga la alarma. Se levanta, va hasta la cocina andando de puntillas y enciende la cafetera que el banco le regaló por abrir una cuenta de ahorros. Va a su cuarto andando de nuevo de puntillas y se pone unos vaqueros. Coge un par de zapatos del suelo, se abrocha la camisa y se mete al baño. Se maquilla, se lava los dientes y se pone los zapatos.
Vuelve a la cocina siempre de puntillas. El café desparramado sobre la mesa; a juzgar por las marcas no es la primera vez que le pasa. Coge la cafetera y pone lo que quedadentro en una taza. Coge leche condensada de la nevera y desayuna rápidamente.
Sale a la calle; para ir a trabajar tiene que coger el autobús número veinte.
Las siete y cuarto de la mañana, la calle está vacía, y aún eran las farolas las que iluminan aquel sitio desértico.
Erika empieza a andar hacía la parada del bus.
A pesar de que no hay nadie, Erika nota la presencia de alguien; desde que acabó con El Hombre Malo siempre mira a su espalda, siempre; lleva notando que la siguen, que la miran, que la espían ya unas tres semanas. Está asustada.
Suena el despertador, siete y cuarto, Raúl lo mira con los ojos entrecerrados; lo coge y lo tira al suelo, apagándolo de un golpe.
Ocho en punto, Raúl se despierta con el sonido de una ambulancia que pasa por la avenida de su casa. El sol ya ha salido, pero está escondido entre las nubes.
Raúl se pone unos pantalones, una camiseta del suelo y su chaqueta, coge la cartera y sale de casa.
Mira en su bolsillo, saca un par de monedas, y decide ir al bar de la esquina para desayunar algo: un café, seguramente.
Fumándose un cigarro, bebiéndose su café, mirando en la terraza a la gente pasar, preguntarse qué vida de mierda llevará cada uno, pensar en la vida de mierda que lleva él.
Lo único que le mueve a andar cada día es Erika. Es ella porqué es feliz a su lado, y sólo a su lado. Junto a ella todo es más fácil.
Raúl se acaba el café, paga, coge su cartera y se marcha.
Empieza a andar y se enchufa otro cigarrillo, sin saber muy bien lo que hacer. Mira la hora; las nueve menos diez. Debería ir a clase.
Suena el timbre y Raúl entra por los pelos, le toca Filosofía. Se pasa toda la clase dibujando; dibujos sin sentido, llenos de amor y odio; dibujos especiales, en los que se puede desahogar.
Vuelve a sonar el timbre, Raúl va al baño, se lava la cara, y se mira en el espejo. Suena el timbre y vuelve a clase. Así funcionaba su vida.
Pero su vida tenía momentos especiales, momentos que compartía con Erika; momentos como aquel.
Le toca castellano; llama a la puerta, mira a Erika a los ojos, y ésta le deja pasar.
Se sienta, se miran, y Erika sigue pasando lista, con una sonrisa disimulada.
Raúl sacó su libreta y vuelve a dibujar; esta vez son dibujos abigarrados, dibujos rodeados por el nombre de Erika, escrito de mil formas por todas partes.
La gente no lo podría entender, por eso era un secreto.
Los demás hablarían; hablarían de la edad, hablarían de su profesión. Eran felices en secreto, no les importaba la edad; ella tan solo tenía 31, y él tenía 17, la edad no era un problema.
Suena el timbre.
-Raúl quédate, tenemos que hablar de tu examen. –dice Erika guiñándole un ojo cuando nadie mira.
Raúl asiente y sonríe.
Todos se marchan al recreo, pero ellos dos se quedan en la clase. Raúl saca dos pitillos y los enciende. Le ofrece uno a Erika.
-Raúl, sabes que en las clases no se puede fumar –le dice ella mientras le coge uno.
-Lo siento profesora pero tendrá que castigarme –le dice Raúl sonriéndole.
Erika se lanza con un beso; ambos llevan todo el día pensando en aquel momento, poder estar juntos y mandar el resto a la mierda. Cierran las persianas y hacen el amor entre los pupitres, en silencio, sin decir ni una palabra.
Se sienta Raúl en la silla de la profesora, ésta se sienta en sus piernas.
Saca otro pitillo Raúl y se lo enciende. Saca otro pitillo Erika y se lo enciende. Se miran, se dan un beso suave y lento, se sonríen, y fuman.
Acaban las clases, y Raúl le envía un mensaje a su madre, diciéndole que no va a comer en casa. Espera a que salga Erika del instituto. Ella empieza a andar y él la sigue a cinco metros de distancia. Cuando están lo suficiente lejos de aquella zona, se juntan, van a comer a un restaurante italiano al que siempre van, era su lugar, su sitio especial y alejado, sobretodo alejado.
-¿Cómo ha ido el día? –le pregunta Raúl a Erika.
-Bien, no sé, todo bien, las clases de siempre, los capullos de siempre; bien, supongo. –le responde ella.
-Bien, bien …
Se quedan en silencio, pensando, sin decir una palabra. Llega el camarero Toni, un italiano que siempre les atiende.
-¿Queréis lo de siempre tórtolos? –les pregunta.
-Si Toni, gracias. –dice Raúl.
-No Toni, no. Cámbiame lo mío por una ensalada césar. –dice Erika.
-Perfecto. –Toni toma nota y se marcha.
De nuevo silencio. Raúl de normal era feliz con esos silencios. No necesitaban decirse nada, simplemente estar juntos y sentir, no hacían falta palabras; pero no es igual, sabe que a Erika le pasa algo.
-Erika, ¿qué coño está pasando?
-¿Por qué dices eso? ¿Qué tiene que pasar? –pregunta ella.
-No sé, dímelo tú, estás muy rara hoy. Vienes, me sonríes, follamos, sonríes, Y ahora no sonríes, simplemente te quedas callada, ni siquiera me miras. ¿Qué coño está pasando?
-No sé, -dice ella con la voz entrecortada- quizás te parece una tontería, pero… no sé.
-Sabes que me puedes contar lo que sea, ¿verdad? –le dice Raúl- lo que sea.
-Mira, desde hace un tiempo noto, no sé, como si me siguiese alguien –confiesa ella- pero nunca he visto a nadie, es… no sé, me siento incómoda.
Raúl le coge la mano, y le pregunta:
-¿No sabes quién puede ser?
Erika le cuenta la historia del Hombre Malo.
-¿Pero qué dices?- pregunta Raúl, sorprendido no, sin palabras. Recapacita, piensa durante cinco segundos como afrontar la situación. Se levanta y le da un abrazo- mientras esté a tu lado jamás dejaré que te ocurra nada. ¿Está claro?
Le da un beso y empiezan a comer.
-Cuatro y media de la tarde. La zorra y el niñato salen del restaurante. –dice El Hombre Malo para sí mismo. Saca la cámara y les echa cuatro fotos. Coge el coche y les sigue con una distancia de veinte metros; lento, muy lento. Observando.
En su mente solo existe odio, furia, adrenalina y violencia. Es una mente sucia, sólo tiene capacidad de destrucción; falta total de sentimientos, falta de vida.
Lo peor es que El Hombre Malo no puede entender el porqué de esa situación, porque la gente no le puede querer. El Hombre Malo cree que lo hace bien. El Hombre Malo cree
que así es la vida, el amor, todo bajo una oscura capa de odio y violencia; cree que un golpe funciona mejor que una palabra, El Hombre Malo cree que la fuerza le da poder; no es así, es todo lo contrario.
-La zorra y el niñato se meten en el portal de la zorra. Suben a su casa –dice El Hombre Malo mientras saca la cámara y echa otras cuatro fotos-, suben a su piso.
Coge la cámara y fija el objetivo en la ventana del cuarto de Erika. Se les ve a ella y a Raúl dentro, hablando, fumando, bebiendo.
El Hombre Malo guarda la cámara y saca de una carpeta fotos de Erika; fotos en su cuarto, fotos en el instituto, fotos antiguas donde se les ve a ellos aparentemente felices, fotos de ella con Raúl, fotos de Erika.
El Hombre Malo rompe las fotos, pega un par de puñetazos al volante del coche, se enciende un cigarrillo y se va de aquel sitio.
Llega a un supermercado, coge un par de botellas de whisky y se mete de nuevo en su coche.
Bebe y bebe.
-Esto no puede quedar así –se dice a si mismo entre trago y trago- si yo no soy feliz ¿Por qué esa zorra puede serlo?
El Hombre Malo mira debajo de su asiento, imagina la mágnum. Arranca el coche. Busca su cara en el espejo retrovisor mientras levanta el revólver. Y una vez más ensaya para sí mismo.
-Hola, muñeca…

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