top of page
Javier Soler

No todos se han marchado. Aún quedan las vidas de cientos de habitantes haciéndose humo cada día, echándote de menos, guardando la ciudad hasta tu regreso. Cuando el mar se retire de tus manos y las hojas de los árboles entierren nuestros pies y nuestros planes de huida.

Sobre los andamios amarillos miles de albañiles cantan La Bomba y dicen Gueropa, y yo busco en los automóviles de al lado una boca que me sonría, que me invite a mudarme a su coche o a una isla desierta. Un autobús rojo pasa cerca, muy cerca, joder, terriblemente cerca, y dentro una estudiante aprieta su carpeta contra el pecho. Bajo el sudor de su cara se esconden las luciérnagas que atrapé el verano pasado y el deseo de verte regresar en septiembre. Y también una pareja comparte sudores y yo me baño en los besos que se escapan por la ventanilla. Les miro y sueño con nadar en esos abrazos y en esos ojos llenos de cielos azules como esa camiseta tuya que te pones para dormir. A veces, sobre todo en estos momentos, me salva la música. En la radio del coche suena Sabina y su voz cargada de nicotina, gris como las aceras, dice que el olvido una vez duró 19 días y 500 noches. Este atasco durará menos, aunque si estás en el asiento de als lado, por mi como si es para siempre.

bottom of page