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Gloria Conesa

Dio otro imperceptible paso mientras se deslizaba entre las sombras de su habitación. Comprobó que dormía profundamente. El cuarto desprendía un rancio hedor a alcohol y sudor que le era familiar. Recogió delicadamente los cristales del suelo bañados en sangre y lágrimas.

Los gritos resonaban en su cabeza como mil alfileres. El resto de monótonas humillaciones, cuyo murmullo conocía de memoria, siguió fluyendo en su mente, mientras sus manos lavaban las recientes marcas en su suave piel, fruto de la pesadilla que vivía. No sabía cuándo había dejado de quererle, aún no había averiguado cuándo la bebida se había adueñado de él, aún no entendía por qué aquellos lejanos sueños se habían convertido en continuas torturas...

Sus antes delicadas manos, ahora sostenían algo. Sentía el frío metálico entre sus dedos. Las lágrimas, como único consuelo en la noche, fluían por su rostro yendo a morir en sus cálidos labios.

Las sombras de la noche ahogaron los desgarrados gritos. Un rojo oscuro tiñó la noche de muerte.

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