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Ana María Hernández

Tenía unas manos muy cálidas, que siempre te daban seguridad; sus labios eran suaves y su voz podía dar toda la confianza del mundo. Era bastante débil, pero él se hacía el fuerte; sus palabras salían del corazón y nunca fueron dichas por decir. Todo el mundo se preguntaba cómo podía existir una persona como él, tan generosa y amable. Si te ocurría algún problema él era el primero en ayudar y poseía algo que la gente envidiaba con locura, no sé exactamente lo que era, pero muchos hubieran dado cualquier cosa por gozar de ese don.

Pero ellos no eran los únicos. Él también envidiaba algo de ellos, algo que hasta que no lo pierdes no eres capaz de valorar. Él siempre distinguió a las personas por su voz, él nunca pudo ver su agradable sonrisa, ni una puesta de sol, ni siquiera su propio rostro, lo único que siempre vio y verá siempre será la oscuridad.

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